A los pies de la sierra de Cantabria...

San Vicente de la Sonsierra

Ahora que está a punto de producirse el 84 aniversario de los sucesos de Casas Viejas, una revuelta que impuso el comunismo libertario en este pueblo gaditano, cabe señalar que en La Rioja también hubo experiencias similares. San Vicente de la Sonsierra es un ejemplo de este tipo de iniciativas, por eso, a continuación os presentamos un artículo que habla de todo esto. Empecemos...

El 8 de diciembre de 1933 en plena fiesta de la Inmaculada, un nutrido grupo de hombres comprometidos con sus ideas salieron a la calle para sumarse a una insurrección armada que, generalizada por toda España, proclamaría el comunismo libertario mediante una revolución social. El levantamiento, arengado por la Confederación Nacional de Trabajadores y sus medios de difusión, se proponía utilizar la acción directa para, a su criterio, devolver el poder al pueblo, tal y como había sido anunciado en el periódico CNT.  El diario anarquista avisó durante semanas de sus intenciones, pero, según los testimonios de las autoridades, no era una cuestión que les preocupara. Efectivamente, estas advertencias no fueron tomadas demasiado en serio, ya que, en los prolegómenos de la festividad, el gobernador civil de Logroño, Alfredo Espinosa, y el presidente del Gobierno de la República, Diego Martínez Barrio, hicieron público su estado de tranquilidad, aduciendo que, a su juicio, habían adoptado las medidas oportunas en previsión a una posible insurrección.

Sin embargo, de San Asensio a Ábalos, pasando por Haro, Briones y San Vicente de la Sonsierra cenetistas, sindicalistas e izquierdistas de toda índole se estuvieron reuniendo clandestinamente para hacer acopio de armas, municiones y explosivos para apoyar y llevar a cabo la revuelta. En pueblos como Briones, las autoridades locales tomaron medidas preventivas. El alcalde, José María Villate, ayudado por la Guardia Civil, consiguió  apresar a Tiburcio Sáez, uno de los conspiradores del levantamiento para evitar la explosión de la revuelta. Pero, aun así, ésta se inició como estaba programada, pues los insurrectos sabían que el puesto de la Guardia Civil de Briones estaba bajo mínimos. No ocurrió lo mismo en San Vicente, cuyo alcalde, Enrique Barrón Payueta, enfermo y en cama, y, por tanto, imposibilitado para llevar a cabo algún tipo de medida. Una circunstancia que fue aprovechada por el líder comunista-libertario Fausto Villamor para incitar a la revuelta. De hecho, Villamor no lo dudó e instó a sus compañeros a que llegado el momento desarmaran a los vecinos, ocuparan el ayuntamiento y vigilaran las entradas al pueblo para hacer efectiva “la revolución”.

En el transcurso del día 8 al 9 de diciembre, los revolucionarios salieron a la calle, emocionados y esperanzados, pero, sobre todo, armados. Contra pronóstico y fundamentalmente contra lo que pensaban los dirigentes políticos, se trataba de un movimiento serio, que habían sido incapaces de reconocer. Y es que las autoridades locales no supieron reconocer con cierta antelación si el levantamiento era una cuestión que sólo afectaba a su municipio o si, por el contrario, formaba parte de un proceso generalizado cuya finalidad era poner en cuestión todo el orden social en España. Así que, de manera relativamente rápida, los alzados tuvieron vía libre para tomar los puntos estratégicos de diferentes localidades y romper todas las comunicaciones. Efectivamente, los revolucionarios aprovecharon este contexto de confusión para levantarse en armas frente a la autoridad y progresivamente se fueron sucediendo las revueltas. Primero, en San Asensio, donde quemaron la iglesia y expulsaron al alcalde del municipio; posteriormente, en Briones, donde se sabotearon las comunicaciones y conexiones de ferrocarril y carretera; y, acto seguido, en San Vicente de la Sonsierra, que se sumó de manera determinante a lo que progresivamente parecía un movimiento imparable.

Los insurrectos sonserranos optaron por cortar la luz y las comunicaciones, tomar el cuartel de la Guardia Civil, ocupar el ayuntamiento, incendiar la ermita del Remedio y desarmar a los vecinos. Incluso, marcaron diferencias con respecto a otros pueblos que se levantaron en armas, pues la insurrección en San Vicente fue ciertamente violenta y virulenta. Así, los revolucionarios se presentaron en el cuartel policial y sin dejar lugar a un posible diálogo (como sí ocurrió en otros municipios) y sin previo aviso explosionaron una bomba sobre el tejado a los gritos de “¡Viva el comunismo libertario!” y “¡Viva Rusia!”. En pleno estado de confusión, la Guardia Civil, que había quedado completamente noqueada tras el ataque, decidió atrincherarse en el interior del edificio y aguantar el asedio hasta que llegaran los refuerzos. Pero, los anarquistas habían pensado en estos posibles movimientos. Mientras una parte de ellos sitiaban a la autoridad policial, la otra tomaba el ayuntamiento, sacaba toda la documentación de archivo y cédulas de propiedad y las prendía fuego. Poco después, quemaban la ermita del Remedio, requisaban las armas (desde la del alcalde Enrique Barrón a las del párroco Juan Elías y el médico municipal) y cortaban el acceso por carretera con la construcción de una barricada a la entrada del pueblo. Sin embargo, de todas las decisiones tomadas por los anarquistas en aquellos momentos de nervios, pasión y pólvora, la más polémica fue la de rellenar la bomba de agua municipal con gasolina para rociar el cuartel de la Guardia Civil y prenderlo con fuego. Una descabellada idea que fue incluso demasiado despiadada para uno de los vecinos sonserranos que, alarmado por las posibles consecuencias de pérdidas humanas, decidió informar a los guardias atrincherados de las intenciones de los sublevados. Tras ser informados, los agentes salieron rápidamente del cuartel por la puerta trasera, portando consigo la documentación, las armas y a sus familias. Pusieron rumbo a Ábalos y Peciña, donde los ánimos estaban más relajados, aunque, no debe olvidarse, que en Ábalos, donde también hubo levantamiento, los insurrectos controlaban el pueblo y habían decidido sacar la documentación del ayuntamiento para prenderla en la plaza mayor. Sea como fuere, gracias a amigos de confianza, los guardiaciviles dejaron a sus familias en Ábalos y, acto seguido, se dirigieron a Peñacerrada para dar la señal de alarma. Sin embargo, alcanzada la villa alavesa, comprobaron que las comunicaciones habían sido cortadas en un radio de varios kilómetros.

Mientras tanto, en la plaza de la República (la plaza Mayor) de San Vicente de la Sonsierra ardían dos grandes montoneras de documentos municipales. La quema de esta documentación podría parecer la consecuencia lógica del fervor del levantamiento, pero, no lo fue. Había órdenes precisas de la CNT de que ese era el paso a seguir. Los insurrectos debían pasar por “el fuego purificador” todos los documentos que corroboraran sus relaciones de trabajo, la propiedad de la tierra de los señores (incluida la Iglesia) y su participación en los poderes locales, que informaran de las subsistencias y de la relación que la clase obrera tenía con el Estado. Sólo así desaparecerían los lazos con el poder estatal, echarían por tierra las filiaciones de los mozos al servicio de quintas, eliminarían las denuncias por pastoreo abusivo y destruirían los expedientes de exacción de impuestos (incluido el papel moneda). Había que devolver, por tanto, la tierra a sus legítimos “propietarios”, el pueblo, único capaz de garantizar la igualdad mediante la proclamación del comunismo libertario. Y así lo hicieron mediante la proclamación del siguiente bando que, obligado por las circunstancias, leyó Anastasio Ascensión: “habiéndose implantado el comunismo libertario libre en toda la Península desde el día de hoy queda abolida la propiedad privada […] la moneda: no se podrá comprar nada de artículos, ni comestibles, ni hacer compras de ningún género. […] Todo vecino que tenga armas […] que las entregue en el término de dos horas […] todos los vecinos que no las entreguen se les registrará las casas y sufrirán las consecuencias. […] se advierte que el que quiera afiliarse al comunismo libertario libre puede hacerlo en el término de dos horas”.

Pese a que se trató de un movimiento medianamente bien organizado, previendo posibles injerencias, pues los anarquistas, conscientes de los problemas que se podían derivar del control de las subsistencias, llegaron a emitir vales de compra para que los vecinos tuvieron acceso a la compraventa de pan, leche y carne, poco a poco, los ánimos de revolución social se empezaron a calmar. En parte esto fue así por los diferentes incidentes que se fueron produciendo en San Asensio, Haro y Labastida, en los que la revolución comenzó a ser sofocada a sangre y fuego. Las autoridades apaciguaron los ánimos de todos estos pueblos y los que resistieron, como San Vicente y Briones, se convirtieron en la prioridad del Gobierno Civil. Así, como decía, a la altura del 9-10 de diciembre sólo quedaban dos pueblos, Briones y San Vicente de la Sonsierra, controlados por los anarquistas. Eran los últimos bastiones gracias, sobre todo, a su situación geográfica, fácilmente defendible de los asedios debido a su ubicación en lo alto de un promontorio. Con todo, la Guardia Civil, que se había propuesto acabar con el movimiento a toda costa, consiguió entrar en Briones durante la tarde del 9-10 de diciembre, ayudada con dotaciones procedentes de Vitoria, Santo Domingo y otros pueblos colindantes. Cayó en apenas 12 horas y sin abrir fuego de fusil. Una operación exitosa que respondió a un movimiento táctico de la Guardia Civil, consistente en infundir temor a los lugareños con el ruido de vehículos grandes, portando ametralladoras y más de una veintena de guardias.

La caída de Briones puso a San Vicente en el punto de mira. La misma dotación de Guardia Civil que había tomado el pueblo lironero, apoyada ahora por refuerzos procedentes de Rivas y Labastida, accedió sin dificultades a la villa divisera. Llegados a la plaza del Ayuntamiento retiraron la bandera rojinegra libertaria y acto seguido iniciaron los registros. En ese preciso momento, los guardiaciviles recibieron una ráfaga de disparos procedentes del edificio del Círculo Republicano Radical Socialista (la actual Casa de la Villa) hiriendo al agente José Badiola. Se inició, entonces, un intercambio de disparos que provocó el atrincheramiento de los exaltados que se hicieron fuertes en este edificio. Consiguieron repeler las embestidas de los agentes y provocaron, incluso, su repliegue a Labastida. Pero, tal resistencia tuvo sus consecuencias: Luis Pérez Peciña fue herido de muerte. Con todo, los anarquistas pensaron que el pueblo era suyo, que se habían impuesto como autoridad, y, sobre todo, que habían conseguido ahuyentar a la Guardia Civil. Nada más lejos de la realidad. Al día siguiente, una dotación muy numerosa, con escuadrones del Regimiento de Cazadores de Caballería nº 6 y una sección de ametralladoras se dirigió a San Vicente. De forma paralela, una escuadrilla de aviones sobrevoló la villa con la finalidad de intimidar al vecindario y que estos se rindiera. Los sonserranos no dudaron un instante de lo que debían hacer para evitar drásticas consecuencias. Todos y cada uno de los habitantes de esta villa divisera colocaron  sábanas blancas en señal de rendición para evitar lo que podría ser una masacre como la ocurrida en Casas Viejas (Cádiz) casi un año antes. El pueblo de San Vicente se rindió ante las autoridades y éstas detuvieron a los instigadores. Se llevaron a cabo los juicios pertinentes contra ellos y otros vecinos por tenencia de armas, sustancias y aparatos explosivos.

 

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