Iglesias propias
El concepto de “iglesia propia” o “monasterio propio” se refiere a aquellos edificios religiosos que, en lugar de haber sido fundados por obispos, abades, o incluso eremitas, y por lo tanto ser propiedad de la iglesia católica, son fundados y pertenecen a señores laicos. Hoy en día quizá podemos concebir este tipo de iglesias más como capillas dentro de una gran propiedad, refiriéndonos exclusivamente al edificio, y no tanto como iglesias parroquiales o ermitas, con párroco y feligreses propios. Pero durante algunos siglos en la Edad Media, la realidad fue otra.
Las iglesias propias, que aparecían un poco al margen del control de la Iglesia, se entienden dentro del concepto del feudalismo, en el que el señor debe encargarse de cubrir todas las necesidades de sus campesinos, y esto incluye la espiritualidad. En teoría esta necesidad debía cubrirla el obispado, pero desde la ciudad no podía abarcar y coordinar a todos los pequeños asentamientos rurales, mucho menos en zonas de montañas como es la nuestra.
Aunque debemos tener en cuenta que no era sólo una cuestión de obligación, a los señores feudales les beneficiaba que en sus propiedades hubiera una iglesia ya que esto organizaba la vida local y tenía contento al pueblo. Facilitar una iglesia al pueblo era tan importante como facilitar acceso a agua. Sin embargo, pronto vio la Iglesia que era necesario regular esta práctica ya que, si dejaban que los laicos regularan totalmente la fe de sus siervos, la Iglesia perdía su parcela de poder sobre ellos. Podríamos verlo un poco como perder los derechos de autor o de marca. Otra ventaja para los nobles que pudo contribuir a que aparecieran estas iglesias propias era el poder librarse del pago del diezmo al obispo.
Por ello, en torno al siglo IX se empezó a definir oficialmente cómo debían llevarse a cabo estas fundaciones y se marcaban límites a la libertad de actuación laica. Así, se estipuló que las iglesias propias debían estar sometidas al obispo de la zona en la que se construyeran y que sería él quien debía aprobar el nombramiento del sacerdote que se hiciera cargo de ellas, se debía facilitar al cura una casa y medios de subsistencia, y no debía estar obligado a pagar tributo al señor (porque está trabajando en tu iglesia, pero sigue siendo mi empleado). A cambio, el señor feudal tenía derecho a proponer sacerdote, que no podía ser rechazado por el obispo sin motivo justificado, y tenía prioridad para ocupar los altos cargos de los monasterios que fundara poniendo en el puesto a parientes suyos.
Este modelo de construcción de iglesias tuvo su auge en la diócesis de Calahorra a partir del inicio del siglo X, aunque ya desde siglos antes podemos encontrar ejemplos de su existencia (existen documentos de donaciones por parte de señores y señoras feudales que dan a un monasterio sus propiedades eclesiásticas), cuando el retroceso de los pueblos islámicos hacia el sur de la península permitió que los cristianos se expandieran y asentaran por el territorio con una cierta seguridad y estabilidad geográfica.
Eran por lo tanto las iglesias propias parte de un patrimonio familiar distinguido, en el caso de nuestro pueblo eran los Ramírez de la Piscina, y eran un instrumento de poder de la sociedad, así como una fuente de recursos. La construcción de templos nuevos en comunidades preexistentes, como parece ser que ocurrió con la Iglesia de Santa María de la Piscina, afectaba directamente a la sociedad del entorno, contribuyendo a cohesionar a la población local. Además, como ha señalado García de Cortázar, si las iglesias se construían en un lugar donde ya existía una vinculación religiosa previa, por la existencia de una necrópolis que se reconvertía en cementerio cristiano, la vinculación emocional de la población era más intensa y se asimilaba la nueva organización religiosa con mayor facilidad y rapidez. Otro aspecto que García de Cortázar considera relevante en este sentido eran los conflictos territoriales entre los obispados de Calahorra y Pamplona, por lo que la Sonsierra (siempre zona de frontera) tenía un papel destacado no sólo mediante el ejército sino también a través de la práctica religiosa.
El clima general de la época era de una fuerte religiosidad, en parte por lo duro de las condiciones de vida y en parte por el bajo nivel cultural de la población rural. Todo se relacionaba de una forma u otra con la vida celestial, lo que se hace o se consigue en vida servía para facilitar una buena vida tras la muerte, las donaciones se veían como una penitencia para asegurar la indulgencia en el Juicio Final, se disparó el culto a los santos como intermediadores ante Dios, hubo un gran auge del culto a las reliquias (aunque hubiera que inventárselas), y también de las peregrinaciones. El Camino de Santiago no recorre la Sonsierra concretamente, pero de todos modos sí se vio influida por su existencia ya que, con los peregrinos y con los mercaderes y artesanos francos que cruzaban los Pirineos para hacer negocio, llegaron ideas y avances tecnológicos de Europa occidental que se fueron extendiendo por el norte de la Península Ibérica.
Teniendo en mente este contexto de lo que son y por qué se crean las iglesias propias, vamos a ver el caso concreto de la Sonsierra. En la repoblación de esta zona jugó un gran papel la familia de don Marcelo, un noble de origen alavés que, además de otros territorios en la zona, fundó la Ripa (lo que ahora es Rivas de Tereso) que es donde parece que se afincó para controlar y dirigir la expansión de sus propiedades y su linaje.
La gran cantidad de iglesias, ermitas y necrópolis en la zona nos hacen pensar que don Marcelo incentivaba su construcción como una forma de asentar pequeños núcleos de población para conseguir, por un lado, afianzar la población y desarrollar la producción agraria, y por otro sentar las bases sobre las que dejar colocados a sus descendientes. Sabemos que San Vicente ya existía a principios del siglo X porque se conserva un documento en el que el rey Sancho Garcés I de Pamplona y su esposa Doña Toda lo cedieron, junto con todos los terrenos que le correspondían, al Monasterio de Leire.
Sin embargo, en el año 1055 tuvo lugar el Concilio de Coyanza con el objetivo de “restaurar nuestro cristianismo”, es decir, reformar la Iglesia Católica, ya que era el primer concilio que se celebraba desde que en 711 los pueblos del Islam entrasen en la Península Ibérica. En este concilio se estableció que se debía seguir el rito romano, abandonando el rito visigótico que se había venido practicando desde que se inició la expansión cristiana desde Asturias hacia el sur. Esto suponía que la Iglesia dejaba de ir por libre en la Península Ibérica y desde ahora quedaba sometida a la autoridad del Papa. También se estableció que los monasterios debían seguir la “Regla de San Benito” o regla benedictina (nos sonará el ora et labora). Pero para el tema del que estamos hablando lo que más nos interesa es que en este concilio se estableció que ningún laico podía estar en posesión de una iglesia, ermita o monasterio y, como podemos imaginar, esta decisión supuso un gran malestar para los nobles y un gran enriquecimiento para los clérigos.
Puesto que los nobles no podían quedárselas ni tampoco vendérselas a otros laicos, a partir de estas fechas aumentaron las ventas de las iglesias propias (con todo lo que acarreaban de tierras, gentes y dineros, claro está) a distintas órdenes monásticas y, en muchas ocasiones, directamente se las cedían a cambio de poder ser enterrados en ellas, de poder pasar en los monasterios sus años de vejez, o de asegurarse la entrada en el cielo. Esto, que en principio puede parecer algo que a la población le daría un poco lo mismo (total, de tener de señor a un matrimonio a tener de señor a un monasterio, qué más nos dará), en la práctica suponía un cambio muy marcado para las poblaciones más pequeñas, ya que el interés que los monasterios ponían sobre las propiedades menores y que les quedaban más alejadas era apenas el suficiente para mantenerlas en funcionamiento, por lo que muchos de estos pequeños núcleos cayeron en el desorden y el abandono, migrando sus habitantes hacia otros poblados cercanos. Esto explicaría la existencia de pequeñas necrópolis sin pueblo en la actualidad ni restos de haberlo tenido en los últimos siglos. No es que se enterrasen en medio del monte, es que la aldea era tan pequeña y se abandonó hace tanto tiempo que no se conservan restos visibles más allá de las tumbas excavadas en la roca. Ya, pero, habría casas y la iglesia, ¿dónde están? Pues se reutilizarían para otras construcciones porque, si tengo que elegir entre pagar que me tallen nuevas rocas para construir una pared, o coger las de ese edificio abandonado que no es de nadie y a nadie le preocupa, pues me sale más barato y rápido lo segundo.
Conservamos documentación que muestra que:
- En 1071, Doña Goto y su marido Don Marcelo donan al monasterio de Leire su tercio de Pangua (aunque hay dudas de si es el Pangua de Treviño o el de la Sonsierra) y la iglesia de San Miguel con su Villa de Ripa para que introdujeran la Orden de San Benito en Ripa.
- En 1078, don Fortún Alvaroiz, hijo de D. Marcelo, donó a San Millán el monasterio Ascensio, situado cerca de Davalillo.
- En 1079, la condesa Doña Ticlo dona al monasterio de San Millán su parte de la iglesia de Hornillos y una serna junto a San Juan.
- En 1083, se dona a San Millán una tierra en Artajona (Artason).
- Entre 1086 y 1190, los distintos dueños del monasterio de San Felices de Dávalos lo donan o lo venden a San Millán (cada uno decidió con su parte lo que mejor le pareció, y lo hizo en el momento que consideró oportuno).
- En 1087, se somete a San Millán el monasterio de Santa María de Orzales.
- En 1104, la condesa Doña Ticlo ingresa en el monasterio de San Millán y entrega como dote la villa de Hornillos con todas sus pertenencias (incluyendo los collazos y la villa de Santiago).
- Entre 1109 y 1110, doña Goto hace donaciones a San Martín de la Ripa y a San Salvador de Leire.
- En 1103, doña Ángela Muñoz (descendiente de don Marcelo) entrega a Santa María la Real de Nájera su heredad de San Vicente.
- En 1113, doña Ángela Muñoz anexa al monasterio de Santa María de Nájera su propiedad sobre el monasterio de San Martín de Pangua.
- En 1124, el hijo de Doña Ticlo, Enneco López de Lhodio, confirma la donación a San Millán de todo el monasterio de San Román de Hornillos.
- En 1175, Alfonso VIII de Castilla confirma las propiedades de Santa María de Nájera incluyendo el monasterio de San Martín ultra Hyberum (más allá del Ebro).
Con respecto a la iglesia de Santa María de la Piscina, su origen como Divisa es más legendario que histórico, pues parece que la versión sobre don Ramiro, la cruzada y su testamento se creó a mediados del siglo XV o principios del siglo XVI, cuando Navarra estaba a punto de ser absorbida por Castilla. Los nobles locales, que habían ganados sus derechos y privilegios por su resistencia militar frente a Castilla, tendrían miedo de que los nuevos reyes no los respetaran, así que idearon una leyenda que les hiciera entroncar con la realeza y justificara su poder, no en las campañas militares, sino en la fe cristiana. Es posible que para crear su leyenda se basaran en la tradición de fundar iglesias propias, tal vez por que tuvieran conocimiento de que así había sido en la realidad y sólo necesitaron adornar un poco la historia. En cualquier caso, la referencia del testamento a que se debía fundar la iglesia en el lugar de Picinia nos deja ver que ya existía poblamiento previo a la edificación del templo románico que conocemos hoy y, como hemos visto, también una iglesia anterior más pequeña y sobre la que se construyó la actual.