Empezamos con la metalurgia
Decíamos, al hablar del megalitismo, que apenas hay ejemplos de los campamentos al aire libre, aunque sí que existe un tipo de yacimientos que podía encajar en esta idea, pero como están muy deteriorados por el paso del tiempo y se conserva tan poca información, hay muchísimas dudas sobre cómo interpretarlos. Estamos hablando de los “campos de hoyos” y se asocian a la cultura de Cogotas I. Se trata de espacios en los que casi lo único que encontramos es un conjunto de agujeros en el suelo, de forma y tamaño variados, que luego fueron rellenados con más tierra hasta quedar colmatados. Por ejemplo, en La Rioja se han estudiado los yacimientos de Igay y Los Cascajos.
Este tipo de yacimientos aún no se comprende bien, existen muchas interpretaciones diferentes y, de momento, suponen más dudas que certezas. Hay quien defiende que eran hoyos que se mantenían abiertos para utilizarlos como basurero, pero no parece muy práctico tener el poblado plagado de agujeros abiertos en el suelo, habiendo niños y animales domésticos alrededor que podrían caerse dentro. En algunos casos (pocos) se han encontrado enterramientos en su interior, lo que choca con los enterramientos de urnas con las cenizas de incineración y los enterramientos en los dólmenes, que se reutilizaron durante la edad de los metales. ¿Utilizaban todas estas formas de enterramiento? ¿O es que en los hoyos enterraban a personas concretas que por algún motivo no merecían ir al dolmen ni ser incinerados? No lo sabemos.
Hay yacimientos con agujeros de poste que indican dónde estaban las paredes y hay yacimientos sin ellos, pero esto no significa obligatoriamente que no hubiera viviendas. Puede ser que en lugar de construirlas con postes de madera, las construyeran con adobes o barro manteado que no han dejado rastro arqueológico. De ser así, serían más duraderas de lo que solemos pensar para este tipo de viviendas. En algunos hoyos hay cenizas y grandes lajas de piedra, como si hubieran querido rellenarlos con rapidez. Otros tienen cenizas y restos de grasa como si se hubieran utilizado para cocinar. En algunos yacimientos han aparecido zanjas, quizá para delimitar el poblado o tal vez para canalizar el agua de lluvia. En cualquier caso, lo que tienen en común es que en ninguno queda rastro de construcción y que los hoyos fueron rellenados intencionadamente, lo que nos hace pensar que los poblados no se abandonaron por alguna desgracia o ataque sino que eran desmontados con calma y a conciencia.
El problema es que estos yacimientos no son visibles en superficie, sino que hay que excavar para buscarlos. Y dejar de cultivar las tierras para buscar un posible campo de hoyos no es algo que todo el mundo esté dispuesto a hacer. Por eso, suelen aparecer mientras se hace otro tipo de obras como carreteras o canalizaciones. En estos casos las grandes empresas saben que, si detectan un yacimiento, están obligadas a paralizar la obra para valorar los restos. Así fue, por ejemplo, como se descubrió Atapuerca. Pero a las grandes empresas tampoco les agrada tener que invertir tiempo y dinero en la investigación arqueológica, por lo que es vital que la población conozcamos y valoremos lo que tenemos para que, en caso de que apareciera algún yacimiento, podamos defenderlo y reclamar que se estudie correctamente.
Los periodos de Edad del Cobre, Edad del Bronce y Edad del Hierro responden más a características culturales y tecnológicas que a una referencia temporal. ¿Qué significa esto? Pues que si normalmente no podemos decir que una época histórica empieza en un año concreto para todo el mundo, en la Edad de los Metales menos aún. Sigue siendo prehistoria, lo que hace que no tengamos textos que nos aclaren qué estaba pasando, cuándo y cómo afectaba a cada pueblo. Pero es lo bastante cerca de la historia como para que tengamos mucha información y queramos saber en detalle quién era quién y cómo se relacionaba con el de al lado. Si además añadimos que cuando llegaron a la Península Ibérica los griegos y los romanos se pusieron a escribir sobre “esas gentes primitivas que viven allá, en el extremo del Mediterráneo”, nos encontramos con un montón de información sesgada por su punto de vista y por su limitado conocimiento de la realidad de las tribus locales. Cosa que, a lo largo de los siglos, ha ido dando forma a una visión de nuestro pasado que ahora se está revisando a través de la arqueología.
Habíamos visto ya que desde el V milenio y hasta inicios del I milenio a.C. empieza a haber una ordenación del territorio, apareciendo asentamientos más o menos estables de chozas al aire libre, con yacimientos que llamamos de campos de hoyos o fondos de cabañas, además de unos pocos yacimientos en cuevas. Es la cultura de Cogotas I, y nos llegó desde la meseta a través del paso de Pancorbo. Veníamos de ser cazadores-recolectores para ser ganaderos y campesinos. Esta sedentarización y acumulación de excedentes hizo que aumentaran también los conflictos, provocando que la gente se subiera a los cerros a construir los poblados, porque eran más fáciles de defender, y que se empezaran a levantar sistemas de defensa: empalizadas de madera al principio y luego ya muros de piedra, que muchas veces se formaban directamente con la parte trasera de las casas de los propios vecinos. A nivel social, esta conflictividad también supuso que se empezara a pasar de una sociedad igualitaria hacia una jerarquía inicial que, con los siglos, acabó dando lugar a las jefaturas militares.
En torno al año 2000 a.C. apareció en La Rioja la metalurgia. Al principio se hacía por martillado en frío, sin fundir el metal, dándole forma a base de golpearlo y, como muy resistentes no quedaban estas piezas, se usarían como adornos y objetos de prestigio. Para las herramientas seguía siendo más práctica la piedra.
También surge una nueva moda que venía de Europa y se extendió por la península, subiendo hasta nuestra zona a través del Valle del Ebro: el Campaniforme, que es un estilo de hacer vasijas de cerámica que parecen campanas puestas hacia arriba, con una decoración en franjas horizontales y que se usaban para todo, desde cocinar y almacenar hasta enterrar las cenizas del abuelo después de incinerarlo. Esta nueva moda de la incineración marca el final del megalitismo, y empezamos a ver que se deja de enterrar a la gente en los dólmenes y empiezan a aparecer campos de urnas cerámicas, dentro de las que encontramos las cenizas del muerto pero también restos calcinados de objetos de metal. Aunque el cambio en el rito funerario no fue brusco y se ve reutilización de los dólmenes en épocas más recientes.
La sociedad se organizaba de forma rural, en granjas familiares repartidas por todo el territorio de manera más o menos regular. Se dedicaban a la ganadería de cerdos, vacas,
Producción local con comercio para complementar los productos que ellos no tienen como metal y objetos de prestigio.
Eran pueblos muy autónomos, con una sociedad igualitaria que se ve en que las casas eran todas más o menos del mismo tamaño y forma, los enterramientos también son parecidos sin que se vea que unos individuos destaquen sobre otros.
Más adelante, cuando se fue desarrollando la producción cerámica y se consiguieron hornos de cocción más eficaces y capaces de alcanzar más temperatura, se les ocurrió que también se podían usar para fundir metal. Nació la metalurgia por fundición, con sus moldes, crisoles, escorias… A partir de ahí ya se mejoró bastante la técnica, se podían trabajar metales más duros, se podían elaborar herramientas resistentes para uso diario y, como no, también armas y armaduras más eficaces.
Cuando leemos sobre esta época solemos encontrar que se habla de celtas, íberos y celtíberos, como si fueran grupos culturales unificados, pero la arqueología está cuestionando esta visión y se considera cada vez más que, aunque para nosotros haya rasgos comunes que los unifican, entre ellos se consideraban totalmente distintos. De hecho, una de las teorías que se barajan es que los pueblos que llamamos íberos, se consideraban tan independientes unos de otros que no fueron capaces ni de unirse frente a los pueblos que vinieron de fuera (a los que llamamos celtas) y en lugar de rechazarlos fueron absorbidos, no sabemos si más o menos violentamente, dando lugar al tipo de cultura que hemos llamado celtíberos. A esta mezcla costumbres se le llama iberización y las principales características que adoptaron los celtas de los íberos fueron la escritura con alfabeto íbero, la numismática y el torno de alfarero.
En nuestra zona se conservan dos yacimientos que se cree que pudieron empezar a habitarse a finales de la Edad del Bronce y que se mantuvieron durante la Edad del Hierro.
Uno de ellos es el poblado de La Nava, situado sobre un cerro aterrazado que tendría las viviendas adaptadas a las terrazas y que era un punto estratégico porque al estar en alto suponía varias ventajas para sus gentes. Por un lado, facilitaba la defensa en caso de que el vecino viniera a atacarles. Por otro, al estar en alto sobre un valle disponían de una gran visibilidad del entorno, pudiendo ver venir al enemigo con tiempo suficiente para refugiarse y organizar la defensa, y también les permitía controlar los pastos, los bosques, el río… Los poblados que se situaban en lo alto de los cerros, normalmente con algún sistema de defensa como por ejemplo una empalizada o una muralla, que a veces estaba formada por las traseras de las casas, se llaman “castro” y son típicos de esta época.
Se han encontrado restos de sílex y de cerámica, tanto hecha a mano como a torno. La técnica de cerámica a torno es más compleja y se desarrolló más tarde, durante la segunda parte de la Edad del Hierro. Hay rasgos de iberización pero no hay restos romanos, así que se debió de abandonar a finales de la Edad del Hierro o durante el inicio de la romanización, cuando el asentamiento del Castillo de San Vicente comenzó a tener relevancia.
El otro yacimiento de inicios de la edad de los metales es el Alto del Sabuco, que está al oeste de San Vicente, entre los meandros del Ebro. Como era costumbre en esta época, se trata de un poblado sobre un cerro amesetado (otra vez debido a las ventajas que ya hemos visto en La Nava) pero en este caso la cima es lo bastante amplia como para que estuvieran allí, además del poblado, los campos de cultivo, todo ello dentro de unos muros de los que aún quedan restos en las terrazas.
Se han encontrado restos de cerámica a mano pero no tuvo iberización, lo que hace que lo situemos en el tiempo como un poblado que se inició a finales del Bronce, que llegó al apogeo en la primera parte del Hierro y que sin embargo se despobló bastante antes de que llegaran los romanos. Es un poblado muy aislado y con unas pendientes muy marcadas, lo que hace que sea más fácil de defender. Además tiene acceso al agua por su proximidad con el río, tiene tierras fértiles para cultivar cereal, estaba cerca de los bosques y los pastos… Los dos yacimientos cuentan con una ventaja añadida, que es el hecho de que en esta zona la sierra esté muy cerca del río, estrechando la zona de paso y haciendo que confluyeran las vías de comunicación.