Entre col y col, lechuga. Los visigodos
A comienzos del siglo V d.C., el Imperio Romano tenía dos características principales que explican su desaparición: por un lado, desde fuera de sus fronteras, al norte y el este de Europa, se lo veía como un lugar estupendo para vivir, con su buen clima, su riqueza, su cultura y su tecnología…; por otro lado, como el poder político se conseguía siendo buen militar, se habían dedicado a expandirse y colonizar territorios hasta ser un Imperio grande, muy grande, enorme.
Este segundo aspecto, el del tamaño desproporcionado, supuso que dentro de la propia Roma hubiera peleas constantes por hacerse con el poder, incluyendo traiciones y asesinatos entre familiares. Llegó un momento en que dijeron “mira, mejor organizamos el imperio para que lo gobiernen entre varios, cada uno un trozo, que el que mucho abarca, poco aprieta”. Esto produjo más peleas (qué sorpresa) porque todos estaban convencidos de que ellos lo hacían mejor que los demás y que lo ideal sería quitar del medio a la competencia. Al final se crearon dos imperios, uno en oriente (Roma) y otro en occidente (Bizancio), y que cada emperador gestione lo suyo como buenamente pueda.
De esta situación de inestabilidad se aprovecharon los de la primera característica, los pueblos que desde fuera veían el Imperio con ojos golositos y que llevaban tiempo presionando para meter cabeza en territorio romano. Aprovecharon la debilidad política para cruzar el “limes” (la frontera) y asentarse un poco por todas partes. Destacan las migraciones de pueblos godos que, habiendo salido de la zona de Escandinavia y el Mar Báltico. Viajaron hacia el este, donde se encontraron con los Hunos de Atila, que venían desde Asia con las mismas intenciones. Viendo el panorama, los godos cambiaron de rumbo para dirigirse unos hacia Francia y España (los suevos, vándalos y alanos cruzaron los Pirineos en el año 409 d.C.) y otros hacia Italia (los visigodos y ostrogodos). A los visigodos se les “permitió” asentarse en Italia y alrededores a condición de que, si Roma les necesitaba, acudieran militarmente a defender el Imperio.
Los pueblos del norte iban por el Imperio sembrando el caos, hasta el punto de que incluso hoy día mantenemos el término “vandalismo” para referirnos a actos violentos y de destrucción. Ojo, los últimos estudios insinúan que quizá su brutalidad fue exagerada siglos después por motivos políticos, pero lo cierto es que desde Hispania se pidió ayuda a Roma para hacerles frente, y allí decidieron mandar a los visigodos para que pusieran orden. Pero, tal como habían hecho los romanos siglos antes, una vez que los visigodos llegaron y pacificaron, decidieron quedarse aquí. Se estaba repitiendo el cambio cultural que supuso la expansión romana, pero ahora con la expansión de los germanos, que mantuvieron parte de las estructuras e ideas romanas adaptándolas a las suyas propias. De aquí surge el reino visigodo y arranca la Edad Media. Al principio, el reino visigodo tenía la capital en Tolosa, pero no en la de Guipúzcoa sino en la Toulouse de Francia. Luego ya se bajó la capital hasta Toledo.
¿Qué pasó cuando cayó el Imperio Romano? Con los romanos, las élites locales eran las que ponían el dinero de su bolsillo para pagar gran parte de los gastos públicos de los núcleos donde vivían, y a cambio conseguían prestigio y poder político. Pero cuando estas élites se empiezan a empobrecer, y los núcleos urbanos decaen porque con la inestabilidad provocada por esta gente, lo de vivir en ciudades ya no era seguro. La población se agrupó en torno a las villas romanas formando pueblecitos, mientras que los trabajadores y esclavos de las villas las abandonaban, posiblemente para echarse al monte una vez más. Se va pasando de la forma de vida de la antigüedad a la de la Edad Media. Habrás oído decir que son siglos de oscuridad y retroceso cultural… Bueno, pues no fue para tanto, pero lo que hubo, fue por este motivo. De esta decadencia cultural surgirán nuevos estilos tanto en escritura como en pintura y arquitectura. Por ejemplo, el arco de herradura se pone de moda y luego lo mantendrán los pueblos del Islam. También destacan sus trabajos de orfebrería, las hebillas grandes, los broches y collares…
Con las migraciones, el vandalismo y la inseguridad en los caminos y los campos, el comercio a larga distancia se resintió muchísimo, así que en lugar de dedicarse a producir mucho y bueno de una cosa con idea de venderlo y ya compraré lo que me haga falta, se volvió al sistema de hacer de todo un poco para el consumo local. La economía se mantuvo basada en la agricultura y la ganadería igual que durante el Imperio Romano, añadiendo algún nuevo cultivo como las alcachofas. Con los romanos había esclavos, pero durante el reino Visigodo se cambiaron por “colonos”, que era prácticamente lo mismo pero a éstos no tenías que pagarles la manutención así que salía mucho más rentable.
En la zona de La Rioja sobreviven algunas ciudades como Calahorra, Varea, Alfaro o Tricio; otros poblados son nuevamente fortificados con empalizadas, o sus habitantes se replegaron a la sierra para poder seguir cultivando las zonas bajas pero tener cerca las cuevas en caso de necesitar refugio. Aunque lo de vivir en cuevas también era una solución para quienes no tenían dinero para más. Al desaparecer la administración imperial, también se perdió el mantenimiento de las obras públicas tales como las vías de comunicación. Además, como la población pasa de estar en ciudades a pueblecitos, los caminos que empiezan a cobrar importancia son los que unen los pequeños lugares, por la vía más corta y, muchas veces, por lo más profundo de los valles.
Los germanos mantuvieron algunas cosas de los romanos. Por ejemplo, adaptaron el derecho (aún hoy se estudia en las universidades el derecho romano), pero en lugar de basarse en las normas escritas, siguieron la costumbre goda del derecho consuetudinario, que quiere decir que lo importante es la tradición. Mantuvieron la división de provincias y al frente de cada provincia pusieron un “dux”, que era un caudillo militar y de ahí viene el título nobiliario de duque. En las ciudades mandaba el “comes” de los romanos (una persona con poder político y encargado de la defensa del pueblo), que se acaba convirtiendo en el título nobiliario de “conde”. Entre uno y otro estaba el “marqués”, que era el “conde de la marca” (de la frontera), y tenía más rango que un conde normal para compensar el riesgo que suponía tener sus terrenos en zona de conflicto, pero seguía por debajo del duque.
En el año 337, Teodosio I el Grande, emperador en Bizancio, había establecido el cristianismo como la religión oficial del Imperio, cambiando el politeísmo de culto a muchos dioses de diversos rangos, por un monoteísmo de un único dios pero gran cantidad de “intermediarios” en la figura de santos y mártires, lo que a su vez lleva al culto a las reliquias. En este contexto de inestabilidad, de miedo y de decadencia de la vida urbana se produce el auge de los ermitaños y de la búsqueda de la vida natural. Estos anacoretas se convierten en figuras influyentes, y allá donde han vivido o han sido enterrados se van levantando centros de culto, como es el caso de Suso en San Millán de la Cogolla. Al no aceptar ya la existencia de diversos dioses, surge la idea de que hay que catequizar a la población, y aparecen predicadores itinerantes que, bajo el aura de hombre santo, vagan por el territorio explicando la nueva religión y contribuyendo a la desaparición de lo que quedaba de cultura indígena.
Mientras el Estado se iba debilitando, la Iglesia se fortalecía y los obispos fueron ganando poder tanto cultural como políticamente hablando. En la Edad Media, el saber y el desarrollo de la arquitectura, las artes, las ciencias, etc. estaba controlado y encauzado por la Iglesia. Las élites, por lo tanto, empezaron a interesarse por la carrera eclesiástica pues era donde estaban el dinero y el poder, hasta el punto de que la propia figura del rey se sacralizó, diciendo que su derecho a gobernar le venía de Dios; y a ver quién discutía eso… Los hispanos eran cristianos católicos pero los visigodos, aunque también eran cristianos, al principio eran arrianos. Luego, en el Concilio de Toledo del 589, el rey Recaredo se convirtió al catolicismo y después Recesvinto unificó la legislación con el “Liber Iudiciorum”. A partir de aquí la población dejó de estar dividida entre hispanos y visigodos, y la unificación de las dos variantes de cristianos supuso que se hiciera frente común ante los judíos, cuya situación empeoró.
Al principio, cuando llegaron los pueblos germanos, los gobernantes romanos decidieron hacer repartos de casas y de tierras para que pudieran asentarse y cultivar como todo hijo de vecino. Aunque parece ser que esos repartos sólo afectaron a los grandes latifundios, cosa que tiene especial sentido si pensamos que serían unos 300.000 visigodos frente a unos 4 millones de población local. Así, las casas y los campos se dividieron en tres partes, cada una de las cuales se llamó “sortes”. Dos de esos tercios, es decir dos sortes, se los quedaban los hispano-romanos y el otro se entregaba a los bárbaros, que pasaban a llamarse “consortes”. Al principio estas gentes se enterraban separados de los locales, en cementerios propios de tumbas alineadas y marcadas solamente por montículos de tierra (sin lápidas). Luego fueron los hispano-romanos los que cambiaron sus costumbres funerarias para adaptarse a la nueva moda.
La época de los reinos visigodos estuvo llena de conjuras y peleas entre ellos. No perdamos de vista que se trataba de distintos pueblos que habían venido cada uno con su interés de asentarse y crear su propio reino así que, a pesar de que tienen rasgos comunes y los tratamos como una capa homogénea que se superpuso a los romanos, en realidad entre ellos también había guerras por hacerse con el poder y el territorio. Además, lo de que al morir el rey le sucediera su hijo, aún no estaba establecido, así que había tortas y asesinatos cada dos por tres. ¿Recuerdas que hemos dicho antes que los bizantinos vinieron a darles “pa’l pelo” a los vándalos del norte de África en el siglo VI? Pues también cruzaban el estrecho y entraban en las peleas del sur de la península, del lado de unos o de otros, y terminaron por hacerse una provincia allí, hasta que Suintila los expulsó en el siglo VII.
A nivel religioso, los visigodos se dedicaron a hacer montones de concilios en la ciudad de Toledo para marcar las pautas a seguir en el cristianismo, que en esta época era lo mismo que decir que se marcaban las pautas a seguir en la política del reino, dado el peso que tenía la religión. Ni qué decir tiene que a los judíos se les hacía la puñeta todo lo posible en las leyes que se promulgaban en estos concilios pues, según lo veían ellos, los judíos eran la única brecha en la unidad religiosa del reino, y sobraban.
En el año 709 había bronca por ver quién heredaba el trono; los dos candidatos eran Don Rodrigo, en el sur, y Agila II, en el norte de la península. Agila debió de pensar, ¿y si pido ayuda a los sarracenos del norte de África, y entre ellos y mis tropas hacemos pinza y derrotamos a Rodrigo? Y dicho y hecho, en dos años los ejércitos musulmanes habían cruzado el estrecho. Cuando Rodrigo, que estaba asediando Pamplona, se enteró del desembarco, volvió a toda velocidad al sur, pero sólo logró ser derrotado en la batalla de Guadalete. Una vez más, ya que los musulmanes habían venido hasta aquí, decidieron quedarse, y se metieron hasta la cocina. En un visto y no visto habían ocupado casi toda la península. ¿Por qué pudieron hacerlo tan rápido? Pues hubo varios factores que contribuyeron, como por ejemplo el apoyo de la población judía, que no es de extrañar, viendo cómo les trataban los católicos. Además en las últimas décadas había habido hambrunas e incluso epidemias que habían reducido mucho la población. Todo esto, sumado a la debilidad política a consecuencia de las peleas entre los nobles, había dejado el reino en una posición muy vulnerable.
No contentos con ocupar la península, los sarracenos cruzaron los Pirineos y se plantaron en Poitiers hacia el año 732, donde los franceses de Carlos Martel le dijeron a Abd ar-Rahman “no hijo,no”, lo derrotaron y los mandaron de nuevo para el sur, quedándose ellos con toda la zona de la sierra, a la que llamaron la Marca Hispánica. Comenzaba la repoblación de la Península Ibérica por parte de los heroicos y aguerridos cristianos que habían corrido a esconderse en los montes de Asturias y alrededores, junto con la población local de origen celta que quedaba.